"PIES SOBRE LAS MESAS. YA NO BASTA CON REPETIR Y VOMITAR". JESÚS HERNÁNDEZ

jueves, 17 de febrero de 2022

Mi patio de recreo

Esto es echar mucho la vista atrás, porque mi primer patio de recreo, el primero que yo recuerdo por lo menos, no era el de una escuela, era el de una casa de planta baja que habían alquilado mis dos maestros. Instalaron allí lo que pomposamente se llamó “Academia Esteve”, única manera que encontraron de trabajar al ser depurados por la guerra civil.

Era, como digo, una casa familiar, pero tenía al entrar una estancia bastante grande. Allí, sin división física alguna, recibíamos clase todos: a la derecha estudiábamos los pequeños, y a la izquierda, los mayores. Detrás había un patio y al fondo dos pequeñas habitaciones y un aseo. Eso era todo.

Cómo esos dos profesores lograban enseñar algo en ese babel que era la clase, es todavía un misterio para mí; quizá ahí empezó mi respeto por la profesión.



Esa indivisión, ese maremágnum de edades, sexo, altura y procedencia social, se reflejaba también en la hora del recreo.

Salíamos, todos a la vez, a lo que era el patio de la casa. Quizá fuera más grande que los patios al uso de la época, pero desde luego era insuficiente para albergar a todos los estudiantes.

Yo era de los pequeños, además siempre he sido (y sigo siendo) muy bajita para mi edad, así que me sentía como Gulliver en el país de Brobdingnag. 

No recuerdo haberlo pasado especialmente mal, solo recuerdo:

que el suelo era de cemento, 

que no había ni un solo árbol, 

que ningún juego estaba pintado en el piso, 

que el aseo estaba muy sucio, 

que todo el mundo era muy alto,

que el ruido era ensordecedor,

que yo me quería ir a mi casa,

que era más seguro sentarse en un rincón y no moverse de allí,

que a pesar de todo sobreviví,

que incluso llegó a gustarme la escuela,

que incluso me dediqué profesionalmente a ella, 

y que había un “culpable” de esto último: uno de mis maestros, 

que era todo bondad,

que quería a sus alumnos,

que tenía como meta en la vida que aprendieran, 

porque este maestro depurado sabía del valor liberador que puede tener la palabra,

porque sin conocer a Rodari puso en práctica su más famosa consigna:

"El uso total de la palabra para todos” me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo. (Gianni Rodari en Gramática de la fantasía).


4 comentarios:

  1. Es una preciosidad la descripción que haces de esa escuela y ese paseo de recreo. Si hubieras tenido una cámara...

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  2. Cuántos recuerdos y qué bien lo describes. La fotografía de la memoria lleva emociones que te remueven.

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  3. Es lo que tienen los "encargos" de Mercedes, que te dan la vuelta como un calcetín. Un abrazo, Olga.

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