Ayer salí de clase con la sensación de que puede que me esté equivocando en mis planteamientos docentes.
Ya he comentado que tengo unos alumnos muy "domesticados". Es un gozo dar clase "normal" a una promoción así, y la mañana discurría sosegadamente explicando y corrigiendo la descomposición de números, las partes de la célula...
¡Señores, yo me aburría soberanamente!,
pero siempre me digo que ellos deben saber ese tipo de cosas, que son precisamente las que les van a preguntar cuando vayan a la ESO, y que, en este caso, que yo me aburra o me deje de aburrir es totalmente irrelevante.
Así que cumplí con mi cometido oficial y cuando faltaban 20 minutos para terminar la jornada, decidí que nos habíamos ganado un rato de felicidad juntos. Paramos y abrí la agenda. Pregunté cómo podía hacerles fotos sin que saliera su cara porque aún no tengo los permisos de sus padres, y hacer un montaje con ellas y el libro que estábamos leyendo. Alguien dijo: "El libro será nuestra cara", otro: "Vale, pero habrá que cambiar de postura para que no salga todo igual". Yo: "Pensad dos minutos, no tenemos más tiempo, mientras saco la cámara".
Después, por orden de lista (como no siga ciertos esquemas fijos, se me pierden) los fotografié con la postura elegida por cada uno.
"¿Qué música ponemos, tenéis alguna preferida para este caso?" les pregunté.
"De fútbol, la de David Bisbal" dijo Diego (consenso total).
Dicho así, parece fácil, pero no lo fue. Yo tenía unos minutos antes a unos alumnos callados que escribían y corregían como posesos. Los 20 minutos siguientes no fueron nada tranquilos. Es más, la puerta de la clase estaba abierta porque en la provincia de Alicante todavía hace muchísimo calor. Una compañera pasó por el pasillo y creí percibir una mirada de reprobación (en ese momento no había silencio precisamente, y yo le hacía una foto a una niña tirada en el suelo con un libro en la cabeza, mientras los demás preparaban sus posturas). Otro niño me había preguntado si podía subir los pies a la mesa (como en el Oeste) para leer el libro. Cuando le dije que, naturalmente, noté sorpresa en su mirada.
Mi compañera, mi alumno... Así que pensé: "Puede que la equivocada sea yo".
Llegué a casa con una sensación de disgusto interior. ¿Por qué no se puede tener todo? ¿Por qué no se puede hacer ese tipo de cosas sin que se te desmadre una clase de veintiún alumnos?
Y en ello estoy, dando vueltas al cómo, porque el porqué y el para qué lo tengo claro (¡todavía y a pesar de los pesares!).
Me ha gustado tu reflexión y lo de "El libro será nuestra cara".
ResponderEliminar¡Cuántas veces tenemos que bregar con chorradas así y debatirnos en una lucha interior entre lo que creemos, lo que nos exigen, lo que creemos que nos exigen y lo socialmente (profesionalmente en este caso) se considera como adecuado!
Tranquila, poco a poco se irán asalvajando, para poder desenvolverse en la jungla que les ha tocado vivir y poderla trasnsformar y humanizar sin llegar a desnaturalizarla.
Pies sobre las mesas. Ya no basta con repetir y vomitar.
Mi amiga Ana (Lamunix) dice "asilvestrando" que suena un poco mejor y más campestre que "asalvajando" :))
ResponderEliminarCreo que voy a usar tus dos últimas frases en algún sitio importante de mi blog. Si tú respaldas los pies sobre las mesas (según cuándo y para qué, of course!), me siento más arropada.
Gracias por comprender...